“Tuvo la impresión de moverse por un laberinto del que no iba a
salir nunca, un mundo secreto y misterioso en el que imperaban leyes diferentes
de las que ella conocía, leyes incomprensibles para todo el que viniera de
fuera, impuesta para confundir al visitante y para convencerlo de la ilimitada
autoridad del shogun y bakufu.
..Solo cuándo hayáis reconocido que ni siquiera el derecho es
escencial en comparación con la injusticia, que no es importante si sentis frío
o calor, amor u odio, y si comprendéis que en vuestro interior no portais
ninguna diferencia fundamental, sólo entonces podréis decir adios al dolor..
Y siguió caminando. El campo sembrado de tumbas parecía no querer
terminar nunca. Debía ser agradable, seguir caminando así, cada vez más lejos,
hasta cruzar la frontera, pensó. No esperaba encontrar, tras la frontera, un
paraíso en el que Amida saldría a recibirla. Lo que esperaba encontrar era la
nada: un lugar oscuro, desierto; allí se detendría toda percepción. No creía
que allí fuera a tener miedo, como Seami había hecho decir a los heroes de sus
piezas. Pero ¿cómo es posible llegar a un lugar que no existe? Se preguntó.
Exactamente allí esta el salto que hay que dar, le respondió una voz. Todo es
uno, no dos.
A la vista de esta gigante estatua comprendío por primera vez, que
además de la belleza y el amor existe otro altísimo valor: la nada.”
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